miércoles, 23 de enero de 2008

II

Me paso una maldita luz roja y dos cuadras más allá un policía me para, lo soborno con 20.000 y el muy bastardo me deja en paz, mientrás se aleja, le lanzo un escupitajo que se confunde con las gotas de lluvia, pero el saber que escupí al maldito cerdo me hace sentir muy bien, tanto así que no me dan ganas de buscarlo, matarlo, y recuperar los 20.000 y parte de lo que mis impuestos pagan anualmente, aunque ahora que lo pienso, creo que si lo haré, pero primero, lo primero, matar a Gary.

Llego al edificio del hijo de puta, bajo con el Nova hasta el estacionamiento y lo dejo aparcado en un buen lugar, justo en frente de la salida, me saco la chaqueta y le sacudo las gotas de lluvia, y me digo a mi mismo, - nada como el cuero, Malinkovish, nada como el cuero - , la pongo bajo mi brazo y camino en dirección a la caseta del guardia del estacionamiento, le corto la garganta, me bebo su café, como lo que queda de la hamburguesa que se estaba comiendo y fumo de sus cigarrillos (los míos están mojados), me saco la ropa y la pongo a secar en el calefactor, veo un poco de televisión y afilo a Susan, está todo muy tranquilo, de no ser por los dos sujetos que veo en los monitores de las camaras de seguridad, que roban la radio de un auto en el sector tres del estacionamiento, me importan un carajo.

Tres de la mañana, ya descansé mucho, mi ropa está seca, mi estomago medianamente lleno, el café me mantiene despierto hace tres días y mi navaja podría cortar un tronco como si fuese un trozo de mierda de perro que estubo mucho rato al sol y se deshace al primer contacto. Subo las escaleras y maldigo al bastardo de Gary por vivir en el piso treinta y tres, enciendo otro de los cigarrillos del guardia en el camino, que se me acaba en el piso veintiocho. Finalmente, piso treinta y tres, departamento tres mil trecientos ocho, creo que lo recordaré por un buen tiempo. Pateo la puerta y entro.


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